Hace ya más de un año (marzo de 2020), en el contexto de las aportaciones al debate sobre turismo y pandemia, Robert Fletcher, Ivan Murray, Macià Blázquez y Asunción Blanco afirmaban que la crisis del COVID-19 conllevaba un decrecimiento forzado de la industria turística mundial y, a continuación, desgranaban un conjunto de respuestas e iniciativas que, en su opinión, deberían guiar a la industria turística hacia una transición de decrecimiento suave. Otros autores sostenían que el sector ya estaba previamente afectado por signos de desaceleración y recesión económica en todo el mundo, por lo que el impacto de la pandemia ocasionada por el SARS-CoV-2 sólo vendría a poner de manifiesto la necesidad de una planificación mucho más concertada para abordar los impactos sociales de esta transición.

Por su parte, el informe titulado Turismo pos-COVID-19. Reflexiones, retos y oportunidades, publicado en julio de 2020 (Simancas et al., 2020), recogía 64 trabajos con vocación de analizar los desafíos para el sector turístico causados por el Covid-19 desde una perspectiva internacional, aunque apoyado en el estudio de casos en diversos destinos españoles que aspiraban a servir como referentes para afrontar situaciones similares en otras latitudes. En el marco de este proyecto, una de las aportaciones concluía que nadie duda de que los turistas volverán, entre otras cosas, por la conversión de la vacación y el viaje turístico en una necesidad básica en el mundo desarrollado. Ahora bien, puede que el turista que regrese ya no sea el mismo, diversas encuestas ponían de manifiesto la preferencia por destinos poco masificados, criterio al que se sumaba la existencia de condiciones de seguridad sanitaria y, sólo por detrás de éstos, el precio.

También se señalaba que la excesiva dependencia del turismo de ciertos territorios y, por tanto, su vulnerabilidad planteará situaciones diferenciadas en función de su capacidad de adaptación a la nueva realidad y de sus propios modelos turísticos. Los dos conceptos anteriormente señalados, vulnerabilidad y adaptación nos llevan a un tercero, resiliencia. La resiliencia se entiende, en general, como la capacidad de un sistema social o natural de mantener su funcionamiento durante períodos de cambio o, alternativamente, de reorganizarse y adaptarse para hacer frente a nuevos retos (Resilience Alliance, 2002). En general, la resiliencia de un territorio combina el conocimiento, las experiencias de aprendizaje, el sentido del lugar, los vínculos sociales y las infraestructuras locales, la diversidad y la innovación económica, así como la gobernanza participativa (Maclean, Cuthill y Ross, 2014). En este contexto, y si nos atenemos a las aportaciones de algunos autores, la pandemia Covid-19 ofrece a los estudios turísticos la oportunidad de un análisis inédito de la espacialidad del fenómeno, tanto para para destacar algunas patologías territoriales generadas por formas de turismo no sostenibles como para descubrir la capacidad de los recursos turísticos para afrontar la crisis y descubrir nuevas funciones o las posibilidades de aplicación de modelos de gobernanza más sostenibles (Burini, 2020; Robina et al., 2021; Traskevich y Fontanari, 2021).

La conclusión, desde la perspectiva de la resiliencia territorial turística, parece apuntar que la historia y el modelo más o menos espontáneo que se ha ido forjando en cada destino determinarán su capacidad de resiliencia. Los recursos territoriales turísticos se mantendrán como los grandes atractivos, pero a ellos se sumarán los generados por la aparición del turismo posfordista: tranquilidad, autenticidad, cultura, disfrute de la naturaleza, aprendizaje y calidad, junto con la posibilidad de mantener la distancia social y garantizar una seguridad sanitaria imprescindible, al menos a corto y medio plazo (Pitarch, 2020). Es tiempo de revisar el modelo, cualquiera que sea el territorio, hacia pautas de sostenibilidad, menor masificación y más respeto hacia las personas, el medio ambiente y la economía local. La planificación territorial del turismo se perfila como la estrategia fundamental para acometer estos desafíos de manera coordinada, eficaz y responsable. 

El reto pasa por saber si el turismo será capaz de reactivarse y recuperar su posición de liderazgo, cambiando además de paradigma de crecimiento para hacerse menos vulnerable y dependiente ante shocks de demanda como el actual. Algunos autores concluyen que la actual pandemia transformará sustancialmente el sector turístico, obligándolo a volcarse más en el desarrollo de las nuevas tecnologías (Soares, Domareski y Ivars, 2021) y en la tendencia hacia un turismo más sostenible y comunitario.

Desde la demanda, otros académicos y técnicos sostienen que la pandemia de COVID-19 ha hecho que muchos turistas se interesen por buscar nuevas experiencias en la naturaleza y las zonas rurales, al aire libre, lejos de los lugares congestionados. Sería, pues, el momento de “aprovechar” ese cambio, unido a una tendencia que ya estaba creciendo antes de la pandemia, y que coincide en la agenda política y mediática con el debate sobre cómo afrontar el reto demográfico de los territorios de interior. En este mismo sentido, sin cuestionar los modelos de desarrollo que han imperado y sostenido en los últimos sesenta años, y bajo la promesa de asegurar la sustentabilidad del turismo en las zonas rurales, la OMT sostiene que con una adecuada estrategia de planificación global e inclusiva -basada en un enfoque participativo que contemple a todos los agentes interesados-, y una serie de recomendaciones sobre Turismo y Desarrollo Rural (WTO, 2020), se logrará fomentar el turismo en los territorios rurales de una manera que contribuya a un desarrollo inclusivo, sostenible y resiliente. La OMT además de percibir una oportunidad en el marco de la pandemia, destaca el potencial del turismo en la preservación y promoción del patrimonio natural y cultural (Romeo et al., 2021) y en la desaceleración de la migración urbana, generando empleo para los jóvenes. El turismo en zonas rurales ofrecería importantes incentivos y oportunidades de recuperación, y en ese camino decide apoyar a las comunidades rurales que padecen las repercusiones económicas y sociales de esta pandemia. En definitiva, llama a reconsiderar con una nueva mirada los beneficios del turismo para las comunidades rurales, sin cuestionar las lógicas de desarrollo y las políticas públicas que lo han sustentado.En este contexto, el XVIII Coloquio del Grupo de Geografía del Turismo, Ocio y Recreación de la Asociación Española de Geografía se centra, desde la perspectiva de los territorios de interior, en las nuevas dinámicas socioeconómicas y procesos territoriales que afectan tanto a los espacios rurales como urbanos, así como en los nuevos paradigmas de interpretación y las nuevas perspectivas y métodos de investigación. Para todo ello necesitamos más y mejores datos que, debidamente validados den respuesta a nuestra incertidumbre. Pero la información no es conocimiento, necesitamos que la primera se encuentre con la experiencia, los valores y la comprensión contextual, con los procedimientos, los métodos y su aplicación. El conocimiento proporciona una hoja de ruta para abordar situaciones y desafíos contextuales. Después…. conocer no es suficiente, debemos poner nuestros conocimientos en práctica. Pero sólo un buen conocimiento permitirá tomar buenas decisiones.